viernes, 9 de julio de 2010

La huelga del Metro de Madrid: una cuestión de clase


Sam Robson
Rebelión
La decisión de desconvocar las huelgas previstas en el Metro de Madrid ha abierto un período de tregua inquietante. En dos asambleas el pasado lunes la gran mayoría de las y los trabajadoras presentes acordaron abandonar su huelga indefinida para dar un respiro a la población madrileña y promover negociaciones con la empresa. Habrá otra asamblea el lunes día 12 para decidir si se mantienen las huelgas previstas para el 13, 16, 20 y 23 de julio. Esta semana se sentaron juntos los sindicatos y Metro para buscar una salida al conflicto. Con todo esto parece que puede haber una posible solución, así que ¿por qué inquietante? La verdad es que las y los trabajadores han cedido bastante, habiendo mostrado que son un colectivo poderoso con la capacidad de ganar su lucha por completo. “No hay líneas rojas en la negociación” dijo ayer Antonio Asensio, del Comité de Huelga. Y eso cuando hay, según los sindicatos, 2.000 expedientados entre la plantilla. Mientras tanto, la empresa y la Comunidad de Madrid no han respondido con el mismo espíritu de generosidad. Metro respondió a la votación insistiendo que ya estaba estudiando la posibilidad de aplicar la reducción del 5% de los sueldos en junio y julio sin más. Por su parte, Esperanza Aguirre afirmó que la Comunidad de Madrid no entraría en negociaciones si no se desconvocaran todas las huelgas. Añadió la Presidenta que lo primero en las conversaciones entre sindicatos y empresa sería fijar los servicios mínimos, y que si no hubiera acuerdo, que se impondrían.
Merece la pena examinar un poco el controvertido tema de los servicios mínimos, la falta de los cuales durante dos días de huelga provocó un gran alboroto mediático. Casi toda la prensa gratuita, que nunca hace ningún tipo de investigación periodística y se contenta con publicar lo que les llegue desde Reuters o cualquier otra agencia de noticias, esos días sí mandaron a las calles sus periodistas en búsqueda de cualquier persona dispuesta a denunciar a las y los huelguistas (hay que tener en cuenta que una huelga total del metro afecta gravemente a estos periódicos). Sin duda, los días de huelga sin servicios mínimos dificultaron las vidas de un sector del público y había gente descontenta. Pero las y los trabajadoras no tienen la culpa de estas dificultades, sino la empresa y en gran parte eso se entiende. Un sondeo bastante amplio por RTVE por ejemplo, mostró que un 55% culparon a la Comunidad.
Además el concepto de los servicios mínimos es muy engañoso. Aquí tenemos una empresa que ha roto el convenio, un documento legal, que tiene con sus trabajadores y trabajadoras. Cuando protestan en forma de huelgas, la misma empresa se lleva las manos a la cabeza horrorizada reclamando que se observe la legalidad de los servicios mínimos. Es más absurdo aún si consideramos que es la propia empresa (o la Comunidad, que es efectivamente lo mismo) la que impone los servicios mínimos. Por si fuera poco, como explican en su página web las y los huelguistas, no hay siquiera ninguna ley de huelgas y los servicios mínimos son un vestigio de la dictadura, una imposición sin legitimidad ninguna.
En términos generales, lo que existe actualmente es un conflicto sobre quién debe pagar la crisis. Los y las trabajadoras del Metro son el primer grupo de trabajadores en el Estado español que ha organizado una lucha seria diciendo “¡no la pagaremos nosotros!”. Todo el discurso sobre los servicios mínimos es un arma más en manos de la clase dirigente que está luchando con toda su fuerza para salir ganando y lo debemos ver como tal. Es cierto que hay trabajadoras y trabajadores más precarios, o que cobran menos, pero si se pierde la lucha en el Metro, todas las empresas cogerán confianza y las y los precarios serán aún más vulnerables.
Sin embargo, si esta huelga gana, daría luz verde a millones de trabajadores que de momento no tienen la confianza de luchar contra los recortes. Por tanto, es fundamental defender el derecho a huelga de los y las trabajadoras del Metro y el derecho a huelga de la manera más eficaz y contundente posible.
Esto incluye saltarse los servicios mínimos. También incluye la acción directa, como mostraron los y las trabajadoras de la limpieza del Metro de Madrid, ganando sus demandas en la huelga de 2007, que incluyó echar aceite y basura por los andenes de las estaciones. Y además incluye montar piquetes. Como se ha dicho, los jefes emplean cualquier arma posible para ganar las huelgas, y disponen de una gran maquinaria mediática con la que apalear ideológicamente a las y los huelguistas, minando su confianza. Ante esto, organizar piquetes grandes y asambleas que animan y dan la posibilidad de hablar con compañeras y compañeros y contraponer el discurso de la empresa, son imprescindibles.
No está claro lo que va a suceder ahora. Entrar en una huelga indefinida es un paso muy valiente que exige mucha confianza, y es posible que ésta esté actualmente un poco minada. Podemos especular también sobre lo que se dijo en las asambleas del lunes. Se hicieron a puerta cerrada, lo que es una posible indicación de que UGT esperaba bastante desacuerdo con su propuesta de desconvocar las huelgas y es probable que entre la plantilla haya mucho debate sobre los pasos a seguir. Pero lo que sí hemos visto es que aunque muchas veces se dice que la clase trabajadora no tiene fuerza y que las luchas tradicionales no funcionan, en realidad los y las trabajadoras, e incluso un colectivo bastante pequeño, tienen mucho poder.Es el poder de la clase trabajadora la que produce toda la riqueza que existe en la sociedad. No solamente fue la empresa la que sintió este poder al perder millones de euros en los cuatro días de huelga, sino también las empresas del centro de Madrid que en seguida empezaron a quejarse por las ventas perdidas que sufrían. Esperemos que los y las trabajadoras del Metro vuelvan a hacer sentir su fuerza y que su victoria sea un llamamiento al resto de la clase trabajadora: “Que la crisis la paguen los ricos”.
Sam Robson, es militante de En lucha